El 31 de marzo del presente, Jordi Pujol i Soley visitaba Palma para participar en el coloquio“El futur de les Illes Balears i el País Valencià davant el procés sobiranista de Catalunya”. En la foto, ante un aforo abarrotado, pueden observar sentados al Gran Patriarca, a Pere Sampol, a un tal Pere Mayor que no cabe de sí de gozo y a una relajadísima Neus Albis, ejerciendo de moderadora. Cuentan las crónicas que Pujol remarcó que cada territorio de habla catalana tenía que hacer su propio camino hacia la autodeterminación y que Cataluña no debía incitar a Baleares y Valencia hacia la independencia. Ello no es óbice para que Cataluña les “extienda la mano” y les ayude. No concretó en qué consistiría esta ayuda aunque tampoco hacía falta. El “tu ja m’entens” es el código familiar del pujolismo.
Antes de la Gran Confesión, los catalanes de Mallorca tenían en gran estima a Jordi Pujol. UM y PSM siempre se disputaron el honor de coaligarse con CiU para los comicios europeos. Quien se llevaba el gato al agua alardeaba de aparecer ante nuestros catalanistas como los más auténticos y mejor situados porque, no nos engañemos, la referencia, el espejo a seguir, fue siempre Cataluña, concretamente la CiU de Pujol.
Cataluña, TV3, el Barça y Pujol siempre fueron los “referentes”, como le encanta decir al pancatalanismo local. Me acuerdo todavía de cuando Pere Sampol –que ha evolucionado con los años, como el Gran Patriarca, hacia el separatismo– acusaba a Jaume Matas y a este diario de “madrileñizar” la política balear. Sampol, que en sus dos últimos libros nos plantea la disyuntiva de escoger entre Madrid y Barcelona, era de los que creían que la política catalana era muy distinta de la española, un hecho diferencial más. Frente a la honradez, el idealismo, los modos elegantes y la responsabilidad de país que encarnaban los líderes catalanes, al otro lado del Ebro chapoteaban el cainismo, los malos modos, la corrupción y la demagogia más ramplona. El “madrileñismo”, en suma. También en eso era diferente el oasis catalán. La propia política catalana era trasunto del mito de la Cataluña progresista, europea, vanguardista, educada y abierta en contraposición al mito de la España roñosa, casposa, atrasada, corrupta e incapaz de dejar atrás sus demonios ancestrales. Cataluña era para sus sucursalistas de “les Illes” el puntal al que se aferraban para restregar su superioridad moral e intelectual en la cara del resto de mallorquines, demasiado superficiales para entender la trascendencia histórica del Procés de sus hermanos catalanes.
Partiendo de estas premisas, la conmoción entre el pancatalanismo insular tiene que haber sido gigantesca. Las primeras denuncias sobre los negocios de los Pujol –igual que pasara ya con Munar con la prensa balear– no eran cosas de “la caverna”, de la “Brunete mediática” o de El Mundo, como suelen denominarnos para no tomarnos en serio. Su incredulidad voluntariosa e interesada se ha vuelto a dar de bruces con la cruda realidad. Tomar conciencia de la mayor estafa conocida en la España democrática, no sólo en términos económicos –la fortuna de 1.800 millones de euros amasada por los Pujol dejaría en una aprendiz a Maria Antònia Munar y les equipararía con los dictadores africanos– sino en términos políticos, éticos y morales, ha tenido que ser un varapalo similar al que sufrieron los comunistas ante las revelaciones de Nikita Kruschev de las matanzas y deportaciones masivas del padrecito Stalin. Tal ha sido el golpe que durante los días transcurridos desde la Gran Confesión apenas he podido encontrar a ninguno de sus plumíferos hablando del monumental fraude. Silencio sepulcral. Hay que recordar que la ideologización extrema de nuestros sucursalistas (OCB, PSM, STEI, ERC) ha sido un mecanismo de autodefensa para neutralizar el hecho de no ser catalanes de nacimiento. A falta de arraigo, fe.
La Cataluña mítica que nos habían vendido era esto, mítica, fruto de la propaganda, y nada tenía que ver con la Cataluña real, ocultada por unos medios de comunicación untados con dinero público. El verdadero hecho diferencial de Cataluña –y de su quinta columna insular- no era ni la lengua, ni sus maneras políticas, ni sus valores morales, ni su retahíla de agravios: era una xenofobia de seda disfrazada con la más repugnante de las hipocresías y la doble moral. Los que han conocido de cerca a los pesemeros saben de lo que hablo.
La caída a los infiernos del capo di tutti capi y de las élites extractivas catalanas –prensa incluida– es la prueba de algodón de la mentira del nacionalismo. El nacionalismo miente y lo hace siempre, pervirtiendo todo lo que toca. Lo lleva en sus genes. La desintegración de UM –la patria como negocio– sólo fue un aperitivo de lo que está por llegar con CiU y el régimen cleptómano que construyó, comparable con Andalucía. El via crucis no ha hecho nada más que comenzar. A pesar de agrandarla día tras día, la bandera no ha sido lo bastante grande para envolver todas las miserias y fechorías que se ocultaban detrás de tanto amor a la patria (en realidad, odio a la ajena), la última gran coartada de los bribones, como anticipó hace siglos el gran Samuel Johnson.
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Publicat a El Mundo-El Día de Baleares, el 9-8-2014