Sa Veu de Menorca, o si prefieren, La Voz de Menorca, no es ningún proyecto periodístico en gestación para equilibrar el triste panorama informativo de la isla hermana en la que, desde la fusión de Última Hora y Diario de Menorca, sólo sale un diario de papel, con todo lo que ello supone para el pluralismo democrático. No, sa Veu de Menorca es la última consigna que está empleando el partido Més per Menorca para tratar de apropiarse de la voz de todos (y subrayo, todos) los menorquines. A pesar de haber sido sólo la tercera fuerza más votada en Menorca, Més per Menorca ha conseguido dos hitos remarcables. Conseguir un grupo parlamentario propio con el mínimo de diputados exigible (tres diputados) y con apenas 6.491 votos (17’48%). Y hacerse con la presidencia del Consell de Menorca con sólo 3 consellers de un total de 13, aunque parece que aún no está cerrada del todo la cuestión. Nunca tan pocos sufragios habían dado para tanto. Frente a las críticas a Més por la desfachatez de formar dos grupos parlamentarios distintos (Més per Mallorca, con seis diputados; y Més per Menorca, con tres) para cobrar más, tener más asesores y tener mayor visibilidad en los debates, su portavoz menorquín, Nel Martí, se vio obligado durante el debate de investidura del pasado martes a justificar tanto atrevimiento. Martí se enfangó en la habitual retórica de los nacionalistas, que si era una “reivindicación histórica de los menorquines”, que si “la voz de Menorca” se escucharía por fin en la Cámara balear, que si había políticos que votaban una cosa en un sitio y otra en otro. En fin, los lugares comunes de siempre que aburren hasta a las ovejas. Lo que pretende Nel Martí es identificar su isla y a sus habitantes con su partido, una estrategia eficaz pero democrática y éticamente reprobable que sigue las mismas pautas de los nacionalistas catalanes (CiU, ERC) y vascos (PNV) cuando tratan de hablar en nombre de todos los catalanes y de todos los vascos en sus cuitas a las Cortes. El resultado después de más de treinta años de deslealtad ha sido la disgregación sentimental de España. Martí pretende hacer lo mismo pero a nivel autonómico, ni más ni menos.
Més per Menorca no es la única voz de Menorca, es una voz entre otras muchas que tiene el peso que tiene y que representa lo que representa, como vienen reflejando todas las elecciones. Un partido (PSMe) que hasta ahora había sacado un raquítico conseller/diputado y que se movía en torno al 10% de los sufragios no puede arrogarse el sentimiento y la representación de toda una isla porque haya obtenido ahora el 17%. Falta a la verdad Martí cuando afirma que hasta ahora no se había escuchado al “pueblo” menorquín. Cuando fui diputado siempre me dio la impresión de que los diputados menorquines e ibicencos sólo estaban preocupados por los problemas exclusivos de sus islas y apenas participaban en otros debates. Y encima si obtienen los diputados suficientes para formar un grupo propio es porque cada uno de ellos les sale baratísimo en votos, a Menorca más que a Ibiza, algo que a mi juicio tendría que corregirse cuanto antes cambiando la ley electoral. Le recuerdo a Martí (y también a la pesada diputada de Formentera) que, como diputado, representa a todos los baleares, no sólo a los menorquines. Para representar a éstos, ya cuenta con el Consell de Menorca que al parecer va a gestionar más competencias que nunca si finalmente Armengol es fiel a su palabra. Esta Comunidad Autónoma ha hecho muchos esfuerzos –que nos han costado un ojo de la cara– para que los menorquines se sintieran a gusto: la sobrerrepresentación parlamentaria del voto menorquín, la creación del Consell de Menorca o las salvaguardas para que los intereses de Mallorca no se impusieran sobre los de las islas menores (sí, menores) a la hora de aprobar los presupuestos autonómicos. Los padres fundadores de esta autonomía (Albertí, Félix Pons, etc..) trataron de evitar a toda cosa el enfrentamiento entre islas y si finalmente hemos conseguido superar estas reticencias iniciales ha sido gracias a que los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, se han comportado más como partidos baleares que como partidos insulares. Los diputados han venido votando en función de su pertenencia partidista, no en función de la isla a la que pertenecen. Y, al menos hasta ahora, lo considerábamos un logro. Los legítimos intereses de una isla en particular se gestionaban dentro de cada grupo parlamentario pero no se hacía política sacando punta a las discrepancias que inevitablemente se producen. Toda esta paz institucional podría desvanecerse si Martí se sale con la suya. El peligro de su estrategia es que va a arrastrar a los diputados menorquines del PP y PSOE a hacer lo mismo. Y vistos los resultados, nadie nos asegura que los ibicencos no tarden en presentarse en el Parlamento como la “voz de Ibiza”. Nos estamos jugando el futuro institucional de la autonomía balear y los narcisismos localistas deben atajarse cuanto antes. Xelo Huertas y los grupos parlamentarios tienen la obligación de cortar de raíz este fraude de ley. Y por favor, señor Martí, déjese de monsergas de leguleyo sobre si técnicamente Més per Menorca es un partido distinto a Més per Mallorca. Estamos hablando no de si “puede” hacerlo, sino si “debe”.
Mezclas infumables. No creo que exista ningún país del mundo donde un portavozparlamentario lea su discurso en un registro estándar y nada más levantarla vista de los papeles dé rienda a su espontaneidad hablandoen forma dialectal. Lo pudimos ver en vivo y en directo durante el debate de investidura del martes. A Francina Armengol, Marga Prohens y Jaume Font tal vez les parezca de lo más normal pero no deja de ser incoherente y sobre todo ridículo. Porque en el fondo refleja que nadie se siente cómodo hablando en un estándar continental en el que no nos sentimos identificados ni reconocidos. Los filólogos de la UIB hace veinte años que vienen aconsejando a nuestros tribunos que empleen siempre el estándar no sólo para leer en público sino también para expresarse espontáneamente. A la vista está su fracaso. La culpa, sin embargo, no la tienen ellos estos filólogos –que aspiran a un estándar pan-catalán por motivos políticos– sino la estulticia de una clase política que blinda la autoridad de los “sabios” de la UIB mientras no les hace caso, todo para no reconocer la necesidad urgente de un estándar balear –todo lo normativo que se quiera de acuerdo con el IEC, pero morfológica, léxica y sintácticamente insular – basado en nuestra forma natural de hablar, como lo han hecho valencianos y catalanes, sin ir más lejos. Armengol, Prohens y Font tienen dos alternativas para alejarse de este modelo híbrido, inseguro y fluctuante. O lo hacen todo en estándar de acuerdo con las pautas de los filólogos de la UIB, o lo hacen todo en mallorquín como Xavier Pericay, o en buen menorquín, como Nel Martí. Las mezclas quedan fatal.